La vida que respira bajo tierra
Hay algo que late en la oscuridad y sostiene todo lo que florece.
No lo vemos, pero sin eso nada viviría.
El micelio, esa red subterránea que une raíces, árboles y hongos, es el sistema nervioso oculto del bosque.
Respira en lo húmedo, se alimenta de lo que se descompone, y convierte la muerte en sostén.
Y si lo pensamos astrológicamente, no es eso exactamente lo que hace el eje Tauro-Escorpio?
Tauro: lo que da forma
Tauro es la carne, el cuerpo, lo que sostiene la vida en lo tangible, es la voz del placer, del aroma, del tacto, de lo que se cultiva con tiempo y presencia.
Tauro guarda la materia, cuida lo que florece en la superficie.
Es la raíz que se aferra a la tierra y dice:
“esto es mío, esto es real, esto me da estabilidad.”
Pero lo que se aferra demasiado, se estanca.
Y es ahí donde Escorpio aparece para recordarle a Tauro que la vida no se conserva: se transforma.
Escorpio: lo que descompone para dar vida
Escorpio es el poder de lo invisible, la alquimia que disuelve la forma para devolverle el alma a la materia.
Así como el micelio se alimenta de lo que muere, Escorpio sabe que lo que se pudre no se pierde, se recicla.
Bajo tierra, nada se desperdicia y el fin de una cosa es el inicio silencioso de otra.
Escorpio es el misterio que Tauro no puede controlar, el impulso de morir simbólicamente para poder renacer.
Por eso, este eje nos enseña que sostener la vida también implica permitir que algo muera: una creencia, una relación, una forma vieja de habitar el cuerpo o el deseo.
El equilibrio del eje
Tauro nos enseña a quedarnos. Escorpio, a soltar. Uno cuida, el otro transforma.
Juntos crean el ciclo que hace posible la vida: la respiración, el pulso, el dar y recibir, el nacer, florecer y descomponerse.
Cuando negamos la energía de Escorpio, todo se endurece, cuando negamos la de Tauro, todo se disuelve.
Pero el eje en su totalidad nos dice que no hay opuestos, sino ritmos.
Bajo tierra, lo vivo no descansa
El micelio no está en busca luz, simplemente la crea. Une lo que la superficie separa, nutre lo que el ojo no alcanza a ver.
Y así también trabaja nuestra alma, en lo oscuro, en lo invisible, en esos procesos silenciosos donde parece que nada pasa…pero en realidad, todo se está reconfigurando.
No todo crecimiento se ve, a veces, la expansión se parece más a pudrirse que a florecer.
Y eso también es vida.
Honrar los ritmos
El eje Tauro–Escorpio es una invitación a honrar el pulso de lo vivo, sin negar ninguna de sus etapas.
A estar presentes en lo que da placer, pero también en lo que duele y transforma.
Porque el alma crece igual que el micelio: silenciosa, persistente, alquímica.
“Todo lo que muere alimenta algo que todavía no nació.”